jueves, 23 de abril de 2015

Las madres de las cabaretistas

La bella Chelito   llenaba  los teatros de espectadores admirados de la tenacidad   con que la artista se  buscaba una pulga que saltaba de una parte a otra de su  anatomía. Tras el espectáculo, una vez  en el  camerino,  la bella entregaba sus favores al caballero que su señora madre había decidido que haría de pulga aquella noche. La madre de la Chelito era una señora de genio pronto y con un criterio claro  de contabilidad amatoria. Solo entraba en contacto con Chelito  aquel varón de acreditada solvencia económica y que había pujado por encima de otros caballeros y ganado en la rifa de ser pulga por una noche.     



                                                           Dos fotografías de la bella Chelito. 


En una ocasión, la anécdota es muy conocida y  probablemente apócrifa, la Chelito se enamoró de un joven de buena familia pero sin medios de fortuna. La madre, sabedora de las circunstancias que concurrían en la relación - de las circunstancias económicas, las únicas que merecían su interés-   esperó a la siguiente visita del amante y le espetó  dos frases que son una expresión de lucidez suprema:  “usted no puede aspirar a la mano de mi hija –en aquel tipo de relación que mantenía la bella Chelito, hay que entender mano como metonimia- porque no tiene dinero.  ¡Y el que no tiene dinero es un sinvergüenza!”. 

La madre de la Chelito sin  estudios de ningún tipo había llegado  a la misma conclusión que las sociedades protestantes tras siglos de reflexión ética. El favor de Dios se reconoce porque uno tiene lleno el bolsillo y si alguien es pobre no cabe sino pensar que su mala cabeza, su falta de virtudes y,  casi siempre, su insania,  no le han permitido una posición económica holgada .   Así lo explica Max Weber y nosotros no estamos en condiciones de contradecir las tesis del sociólogo.

La madre de la Chelito con el discurrir propio de quien ha  pasado mucha hambre en la vida y  engendrado una hija de aspecto agradable, sabía que si administraba con prudencia sus bienes, es decir, a su hija,  podría pasar una vejez sin demasiadas miserias.  No era un pensamiento excepcional.  Lo mismo  opinaban las madres de las muchas canzonetistas, cabaretistas, tanguistas, taxi-girls y cupletistas  que llenaban las salas de espectáculo españolas,  vigiladas y asesoradas por sus madres  tan roqueñas y lúcidas como la madre de la bella Chelito.  

En esa relación entre las  cabaretistas y sus madres, como en tantas otras cuestiones, España ha sido diferente al resto de Europa. Y véase en el comentario un elogio.  Joaquín Edwards Bello, escritor,  embajador de Chile y enamorado de Barcelona en cuyo Hotel Falcón se alojaba cada vez que venía a nuestra ciudad, explicaba las diferencias en un capítulo de su libro El nacionalismo continental.



Atraidos como estamos por la mente poderosa  de las madres de las cupletistas  – las imaginamos  gruesas y calladas, observando con atención  las evoluciones de los moscones desde su atalaya en  el fondo de la sala,  donde reciben de vez en cuando un bistec con patatas que les envía su hija-    encontramos que su mundo adolece de   una falla. Nadie, apenas nadie, las ha retratado.  Las revistas se llenan de imágenes de sus hijas, pero el verdadero pal de paller de la economía familiar permanece en la sombra.

Y hete aquí que encuentro la fotografía de una de esas cabaretistas junto a su madre.   La cabaretista es Teresita Ribo, taxi girl del Mónaco,  un cabaret  dentro de la fábrica del   Teatro Principal, allí donde con el tiempo se abriría la Cúpula Venus.  Teresita Ribo en diciembre de 1934 tuvo sus preceptivos quince minutos de gloria.


                                                    Cabaret Mónaco con Miguel de Molina junto al cartel 
                                                    que anuncia su espectáculo. 
                                                           

Un hombre que la vio  bailar en el cabaret la confundió con su mujer de nombre Antonia Lopez,  de quien el varón hacía un tiempo que no sabía nada por haberse marchado del domicilio.  El sujeto, encontrada su Antonia bajo la figura de una hermosa cabaretista, pugnaba por arrastrarla al hotel más cercano y hacer valer sus derechos de casado. Teresita juraba y perjuraba  que no había  visto en su vida al sujeto,  y mucho menos llamarse Antonia y haberse casado con él.  Tuvo que intervenir la autoridad que condujo a ambos delante del juez.  Teresita presentó a varios testigos, sus compañeras en el cabaret, su madre, conocidos de donde vivían Teresita y su madre.   El juez resolvió que Teresita era Teresita.  Tuvo mucha importancia en la resolución del pleito  que inesperadamente apareciese Antonia López  en la sala donde se resolvía la naturaleza  de la relación marital de Teresita.  Antonia explicó su vida y la de su marido y se manifestó en el sentido que de ningún modo pensaba volver al hogar conyugal.   

Un fotógrafo, Centelles, consiguió una instantánea de Teresita acompañada por su madre cuando se dirigían al juzgado. ¡que madre!. Gruesa, roqueña, lúcida, con un punto de ironía en la mirada. Toda una señora madre.


 


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